Como consecuencia del cierre al que se tuvieron que enfrentar las salas de cine durante las peores semanas de la pandemia y por eso de que desde hace nueve meses mi sentido de la responsabilidad se ha tenido que centrar en un nuevo trabajo y el futuro heredero de mi colección de DVDs, reconozco que - con mucha vergüenza y lástima - he estado casi quince meses sin pisar un cine. Por eso, una vez mi nueva normalidad se ha estabilizado y las salas de cine han sido declaradas lugares seguros, he vuelto a la que solía ser mi segunda casa. Y aunque no voy a negar que me estaba empezando a acostumbrar a la televisión de mi casa, tengo que admitir que, cuando salí de ver Una Joven Prometedora (Emmerald Fennell, 2020), sentí cómo una pequeña parte de mí había vuelto donde pertenecía.