Teniendo en cuenta que no quería empezar la sexta temporada de Downton Abbey por la depresión tan severa en la que me iba a sumir el día en el que viese su último episodio, decidí retrasar mi muerte británico-seriéfila con la que ha pasado a ser la producción más cara de Netflix hasta la fecha: The Crown, un biopic sobre la Reina Isabel II de Inglaterra o, como dicen sus realizadores, sobre la Inglaterra de la post-guerra.
Después de que se me abriesen los ojos de par en par con los muy estilizados y elegantes créditos que introducen el proyecto más ambicioso de la casa de House of Cards (2013) hasta la fecha, sospeché que lo nuevo del guionista de Rush (Ron Howard, 2013) y - qué ironía - La Reina (Stephen Frears, 2006) iba a ser algo grande. Esta sospecha, fundamentada en un aspecto extremadamente subjetivo si tenemos en cuenta mi obsesión por las secuencias de créditos, no hizo otra cosa que confirmarse cuando aquel primer episodio concluyó con con otra secuencia cuyo valor era inconmensurable.