Mucho se ha dicho - y se dirá - del universo cinematográfico de DC. A pesar del éxito de la trilogía de Nolan sobre el llamado Caballero Oscuro y de lo mucho que ésta enriqueció a la figura del que es uno de los personajes más queridos de la compañía, la popularidad de la casa de Superman y Wonder Woman no se vio tan beneficiada como se esperaba del éxito del Batman de Christian Bale. En su lugar, los focos se dirigieron hacia un director cuyos anteriores trabajos - ahora mitificados - son aparentemente intocables y cuyos futuros proyectos invaden a diario nuestro feed de noticias cinematográficas.
Visto lo visto, el intento de Zack Snyder por alcanzar la cima a la que llegó Nolan - utilizando, eso sí, el universo de Kal-El en lugar del de Bruce Wayne - desde el principio impresionaba de batalla perdida. No sólo porque el público aún recordaba con demasiada claridad la trilogía de El Caballero Oscuro, sino porque además seguía sufriendo la que ahora es una resaca de nostalgia insoportable, caprichosa y absurda. Con todo ello, y pese a las buenas cifras del primer abordaje cinematográfico sobre la historia de Clark Kent tras la desastrosa Superman Returns (Bryan Singer, 2006), las nuevas aventuras del Hombre de Acero fueron tachadas de "quiero y no puedo", mediocres e innecesarias: una etiqueta de la que le iba a ser muy difícil desprenderse.