Hace unos días se me acercó la hija de una mujer nonagenaria a la que acababa de atender y me pidió si por favor podía limitar la información que le daba a su madre acerca de la dolencia que padecía porque "usted ya sabe, mi madre es muy nerviosa y se agobia". Y a pesar de que uno ya está acostumbrado a todo tipo de situaciones disparatadas por los - muchos dirán escasos - años que llevo dedicándome a la profesión sanitaria, nunca deja de sorprenderme que haya quienes sigan asumiendo que un paciente anciano, sólo por el hecho de serlo y de estar enfermo, no tiene por qué enterarse de lo que le ocurre. Así que yo, sin poder contener mi perplejidad, le contesté educadamente que su madre estaba perfectamente capacitada para decidir si quería tener información sobre lo que le ocurría, comentario que trasladó el gesto de perplejidad de mi cara a la suya.