martes, 23 de agosto de 2011

LÁGRIMAS CINÉFILAS

Soy un llorica.

Hace no mucho tiempo, en una de mis “rutinarias inspecciones hogareñas” para salir del desagradable ambiente del estudio y descansar, pillé a mis hermanos pequeños viendo Toy Story 3, una de mis películas favoritas.

Sin poder evitar semejante tentación, me senté a ver la película con ellos con el infortunio de que llegó el momento en el que (atención: SPOILER) nuestros queridos amigos se agarran de las manos para afrontar la “ardiente muerte” (fin del SPOILER). Pues bien, aunque ya supiese lo que iba a pasar, me emocioné y me di cuenta de que iba a empezar a llorar como un tonto. Me levanté corriendo y me fui a estudiar para evitar lo evidente.


Sí. Reconozco que soy una persona emocional y que, al ver una película, casi siempre algo se me remueve y me da unas ganas bárbaras de echar una salada lágrima. Sin embargo, no lo hago. ¿Por qué? pues porque un hombre “hecho y derecho” no “debería” mostrar su lado más sentimental/vulnerable a los demás.

Quizás a muchos de vosotros, sobre todo mujeres, esta afirmación os parezca inapropiada o del todo machista. Sin embargo, es verdad. Hay un prejuicio rondando por ahí por el cual los chicos no deberían ser lloricas y, menos aún, en el cine. Como me dijo una vez alguien: “Llorar es de débiles”.

Sin embargo, a pesar de ello, todos somos débiles porque absolutamente todo el mundo llora (por unas cosas o por otras) y yo, personalmente, lloro con muchas películas.

Os parecerá una estupidez o una razón absurda para llorar pero, no sé por qué, a lo largo del tiempo he ido adquiriendo esta capacidad para sumergirme en las historias de distintas películas y fundirme con los personajes en cuestión, de tal forma que aquellas situaciones tristes, dramáticas o catastróficas desatan en mí un aluvión de emociones que, la mayoría de las veces, son manejables y se reducen a escalofríos y piel de gallina pero que, en otras ocasiones, me animan a echar una lágrima. Y, qué queréis que os diga, no me avergüenzo de ello.

Hace poco vi una conferencia (por internet) en la que un escritor argentino llamado Rodrigo Fresán hablaba de esto mismo. Él admitía que lloraba y, es más, lloró delante de los oyentes.

En su charla, el escritor nos ponía en contexto mencionándonos una curiosa pregunta que le hacía un amigo suyo cuando sabía que había ido al cine recientemente: “y… ¿muere el perrito?”. Esta pregunta, se refería al <potencial lacrimógeno> de toda película: ese potencial que, de una forma u otra, hace a uno llorar.

Dicho potencial es terriblemente extenso porque aparece de las formas más diversas:
- La muerte de uno de nuestros personajes más queridos.
- Una situación terriblemente cómica que hace que, de la risa, se nos escapen lágrimas.
- El llanto de un niño, que nos sobrecoge el corazón.
- El reencuentro de dos personajes.
- Una trágica historia basada en hechos reales.
- Una escena que sea el detonante o la guinda de una serie de infortunios insoportablemente tristes.
- Un fotograma.
- Una mísera pieza musical.
- Una simple palabra.

Y es que, en todas las películas hay un “perrito a punto de morir” que puede hacer a un espectador estallar en un llanto o, por lo menos, en una lágrima (ojo: yo soy más de lágrima, nada de llantos).


<El cine es el arte de la emulación> dijo el ponente. Desde luego. Y quizás sea por eso por lo que lloramos con las películas y, sin embargo, no tanto con un libro o un cuadro. El cine nos pone en una situación en la que quizás lloremos por los otros para no hacerlo por nosotros mismos, quizás lloramos por lo que queremos ser, o por lo que sabemos que nunca llegaremos a ser… Quizás lloremos por lo que vemos o por lo que oímos... O quizás lloremos por nosotros: por lo que sabemos que somos.

No lo sé. Se puede llorar por empatía, por identificación, por rabia, por tristeza… Pero lo que está claro es que con el cine se llora… y ya no hablamos sólo de chicos llorones. Casi todo el mundo ha llorado alguna vez con una película.

Yo me acuerdo de todas las veces que he llorado delante de un televisor o una pantalla de cine. De todas y cada una de ellas. Sin embargo, la que recuerdo con más ¿cariño? fue aquella primera vez hace ya mucho tiempo cuando, en la película La Vida es Bella, después de haber aguantado toda la película sin soltar una mísera lágrima, controlándome por no parecer “débil” [atención: SPOILER], al final el niño, subido en un tanque americano ve a su madre, se baja corriendo y exclama: <<¡Hemos ganado!(…)¡Hemos ganado!>>. Ahí no pude aguantar más y estallé a llorar ante la asombrosa mirada de mi hermana mayor.

Pues eso, perritos muertos.



2 comentarios:

  1. Que bonito!!! Me encanta. Y como mujer te digo que no me siento ofendida en absoluto por tu afirmación. Más que nada porque creo que no es una discriminación hacia nosotras, es hacia vosotros. Me parece muy injusto ese prejuicio y es una pena que siga vigente en el siglo XXI, pero así son las cosas.

    Como mencionas, hay muchas razones por las que una película puede hacer llorar. Sin embargo, para que eso sea posible, hace falta una conexión con los personajes de la historia. Y la base de eso es la EMPATÍA. Se que la has mencionado, pero me gustaría indagar más en ese asunto. Para poder identificarse por un personaje, o para poder anhelar lo que él tiene, es imprescindible crear una conexión a través de la empatía. Si esa conexión es tan fuerte que consigue hacerte llorar, he de decirte, Jerry, que eso dice mucho a tu favor. No se qué carrera estás estudiando, pero desde luego, si es de cara al público esta característica tuya te va a beneficiar.

    Es una pena que el llanto sólo sea visto como una muestra de debilidad. para mi es mucho más. Es, como ya he comentado, una muestra de la capacidad de empatizar, pero a la vez es algo que muestra que no tenemos miedo a reconocer lo que nos da miedo, a reconocer las debilidades. Se que suena un poco raro, pero para mi una persona valiente no es la que no tiene miedo a nada, sino la que reconoce sus debilidad, que eso es, en mi opinión, el primer paso para enfrentarlas. Claro está que todo tiene que quedar dentro unos límites normales, ya que los excesos nunca son buenos, pero el defecto tampoco...

    Volviendo al tema del cine, opino que esa capacidad de sumergirse en la historia es lo que hace que se disfrute más de la historia. Una película que simplemente te deja indiferente ya no es una buena película para ti (por supuesto, aquí es donde entra el lado más subjetivo del gusto cinematográfico).

    Como habrás deducido, yo también soy una llorica redomada, y la verdad, no me avergüenzo. Es verdad que yo lo tengo más fácil ;)

    Al fin y al acabo, es el ser emocionales lo que nos hace más humanos.

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  2. Estoy muy de acuerdo con todo lo que dices: empatía, el llorar en realidad no muestra debilidad, etc. Y, te agradezco que menciones la valentía que supone el hacerlo y decirlo.

    Además, estoy totalmente de acuerdo contigo en eso de que al sumergirse más en la película, uno la disfruta más. Yo creo que por eso a mí hay pocas películas que no me gusten.

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