Saoirse Ronan siempre me ha inspirado mucha simpatía. Desde que vi cómo aquella dulce e inocente Susie Salmon aprendía a enfrentarse a la realidad de su muerte en la tremendamente infravalorada The Lovely Bones (Peter Jackson, 2009), todo proyecto de esta joven de raíces irlandesas se gana mi atención. Por lo tanto, cuando este fenómeno interpretativo se juntó con la encantadora Greta Gerwig para la que funcionaría como su ópera prima, era inevitable pensar que o bien el resultado iba a ser bueno, o por lo menos iba ser interesante.