viernes, 10 de septiembre de 2021

CRITICA | SHANG-CHI Y LA LEYENDA DE LOS DIEZ ANILLOS



He de reconocer que, de todos los títulos que Marvel ha estrenado este año, Shang-Chi y La Leyenda de los Diez Anillos (Destin Daniel Cretton, 2021) para mí era uno de los menos atractivos. Si bien es cierto que mi relación con el llamado Marvel Cinematic Universe (MCU) no termina de cuajar por los desencuentros que he tenido con muchos de sus largometrajes y lo incómodo que me parece - como buen profano de los cómics que soy - tener que estar al día de todos sus títulos para así no perder el enrevesado hilo conductor que los une, las series WandaVision (Jac Schaeffer, 2021) y Loki (Michael Waldron, 2021) las vi en un abrir y cerrar de ojos por lo originales que me parecieron sus formatos y premisas. Sin embargo, hasta que no se han conocido las reacciones de público y crítica a lo que Disney ha calificado como "su experimento" no había nada que me arrastrase al cine a verlo. Y, como suele pasarme, el día que pisé la sala sucedió eso que tanto me gusta que ocurra: me sorprendí.

Quizás una de las virtudes más destacadas de Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos sea que se trata de una de esas películas del MCU que no requiere una revisión exhaustiva de todo el catálogo del estudio para disfrutarla como Stan Lee mandaría. Y es que su historia, pese a no desmarcarse de sus precedentes, vive alejada de Thanos, los Vengadores y S.H.I.E.L.D para centrarse en el despertar de un superhéroe oculto en San Francisco que vuelve a su hogar para descubrir que su padre - portador de una legendaria arma compuesta por diez poderosos anillos - quiere destruir el legendario pueblo de Ta Lo, del que provenía su madre. ¿Que se menciona el chasquido o aparece el amigo monje de Benedict Cumberbatch por ahí? Pues sí, pero poco importa. Porque Shang-Chi funciona perfectamente como un filme de fantasía y acción de toda la vida que no necesita nutrirse de otras para triunfar.

A pesar de que el viaje del héroe que emprende Shang-Chi no es ni demasiado ambicioso ni tampoco revolucionario, sus aventuras sí lo son. Así como los protagonistas de Ant-Man (Peyton Reed, 2015) - que no goza de mucho reconocimiento entre el núcleo duro del colectivo fan - consiguieron  convertir sus andanzas en las más refrescantes del MCU por sus carismáticos protagonistas y lo creativas que resultaban todas y cada una de sus escenas de acción, Shang-Chi despierta el interés del espectador gracias al misticismo que rodea a sus protagonistas, al toque sumamente humano que - ¡por fin! - se le ha dado a un villano tan desgraciado como malvado, a la evidente inversión de tiempo dedicada a unas sobresalientes escenas de acción y a un elenco de actores que - con permiso de Simu Liu - tocan cielo gracias al irresistible encanto de Awkwafina.

Con todo esto, y asumiendo que Shan-Chi no es perfecta porque no deja de ser hasta cierto punto predecible, sus efectos visuales a veces parece que han sido diseñados hace diez años y porque su duración es quizás excesiva, no cabe duda de que lo nuevo de Marvel es un triunfo. Por eso no es de extrañar que ahora - viendo que el estreno exclusivo en salas funciona pese a seguir en época de pandemia - se defienda que los estudios deben encender los hornos de la producción de títulos con elencos o temáticas más diversas por sus notorios beneficios. Y si bien es cierto que es muy difícil señalar los factores clave que justifiquen el éxito de Shang-Chi, yo sólo se que, así como me importa poco la dirección que vayan a tomar los personajes de Black Panther (Ryan Coogler, 2018), sí estoy muy interesado en lo que Marvel tenga preparado para Shang, Katy y Xu Xialing. 



Jerry
Imagen vía The Walt Disney Company

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