A pesar de que no deja de ser divertido tener una opinión distinta a la de los demás, hay veces en las que nadar a contracorriente supone tanto un esfuerzo como un disgusto. Prueba de ello es que, cuando salí del cine de ver Get Out (Jordan Peele, 2017), sentí una mezcla de decepción, culpa y lástima dignas de ser analizadas: decepción por no haber disfrutado de la ópera prima de Jordan Peele como me habían prometido que haría, culpa por ser de los pocos que no consiguieron apreciar la valía de - aparentemente - una de las sátiras más acertadas de los últimos años, y lástima por no sentir la suficiente confianza como para denunciar la que, para mí, es una película de terror totalmente ordinaria.