[Continuación de Crónica Catastrófica de una Noche en el Cine]
El otro día os describí un evento
cuasi-apocalíptico que puso a prueba mi paciencia y que estuvo a punto de hacer
emerger al psicocinéfilopata que
llevo dentro. Ahora os voy a contar el
evento que lo consiguió.
● Segunda Parte: Los Créditos
finales
(y de cómo hacer que la
venganza sea servida recalentada)
Hay ciertas conductas que
deberían estar prohibidas en el cine.
Cuando vi aparecer los
créditos finales de “El Topo”, una
brillante película de espías que cuenta con unas interpretaciones magistrales y
una ambientación excelente, se dibujó en mi rostro una enorme sonrisa de
satisfacción: “Hoy ha sido un gran día de
cine” - pensé.
Sin embargo, cuatro segundos
después, estuve a punto de morder la butaca, gritar de furia y tirarme de los
pelos por el desafortunado comentario de un simple adolescente que, claramente,
no sabía valorar lo que es “el cine” y que, además, no tenía dos dedos de frente.
Ese necio adolescente se
levantó de la butaca en el típico momento en el que todo el mundo sigue sentado
contemplando los créditos finales, se empezó a poner el abrigo y dijo a voz en
grito mientras dejaba emerger de su boca una risa de lo más forzada y
sobrecargada de mofa: “Menudo coñazo,
¿quién ha elegido esta película?”
En ese mismo momento, deseó no
haber nacido.
Reinó el silencio, el chico
miró al fondo de la sala y se dio cuenta de la absoluta metedura de pata que
acababa de hacer. Apuesto mi colección de películas a que en ese mismo instante
pensó: “Vaya, todo estaría siendo menos
dramático si no estuviese sentado en la fila 4”.
Mis ojos, ante semejante
comentario, se iluminaron con el fuego del infierno. Y, claramente, me aseguré
de que este jovenzuelo los viese porque, siendo sincero, me haría sentir
poderoso e intimidante.
Y los vio, antes de desviar la mirada
y echar a correr de la sala (seguro que mis ojos no eran los
únicos que tenían ese fuego del infierno).
Esta anécdota habría sido
bastante poco sustancial para mi monótona existencia de no ser porque el mismo
día que sufrí un infarto de miocardio yendo al cine con mis amigos [para conocer
esta historia, haced click aquí], me
sucedió exactamente lo mismo.
Y esta vez, el que habló era
amigo mío.
Resulta que, al final de una película
peculiar [de la que no os diré el nombre], este amigo mío le dijo a otro, con una ironía que sobrepasaba los
límites de Seth Cohen, algo así como “Muy
buena película ¿eh? ¡Muy buena elección!”.
Resurgieron los fuegos del
infierno.
En condiciones normales no me
lo habría tomado muy a pecho y, simplemente, me habría reído para mis adentros
pensando: “La culpa de que una película sea
‘mala’ siempre se la llevará el que haya propuesto el plan o el que,
simplemente, la haya sugerido”. Pero, dado el historial de catastróficos eventos que llevaba a la espalda, me lo tomé MUY a pecho.
Resulta que este tipo de comentarios me enfurecen muchísimo porque suelen ser fruto de la boca de, perdonadme la expresión, un "mandao".
Es un hecho irrefutable que la
gente tiende a ir al cine sin saber exactamente qué va a ver y, como se
desentiende del tema y simplemente “va
por ir”, si la película no alcanza sus expectativas, la persona que haya propuesto
el plan va a sufrir las críticas de la película como si hubiese sido el
director o guionista de la misma.
En esta ocasión, yo sabía que
la película que iba a ver era una propuesta distinta y que era bastante
arriesgada… Pero no me quejé. ¿Cuál es la finalidad? ¿Qué gano haciendo sentir
mal al que ha elegido la película? Absolutamente nada (salvo hacer enfurecer al “elector” que, además, en este
caso concreto había sido YO y no al que le estaban reprochando la calidad del filme).
Diréis: “Pues haberle dicho al ‘quejica’ que había sido idea tuya ir a ver esa
película”. Y tendréis toda la razón en llamarme "cobarde", pero resulta que algo me hizo no
defender a mi pobre amigo… Y menos mal que no lo hice.
Para empezar, mi termómetro de
Intolerancia Cinematográfica estaba casi al límite así que decidí sentarme en
un asiento del pasillo del cine, respirar despacio y con tranquilidad y esperar
a que dejasen de hablar del tema porque, si hubiese comenzado a hablar, me
habrían vetado la entrada al cine por la cantidad de maldiciones que habrían
brotado de mi boca. Y, para terminar, algo me decía que no debía hacerlo.
Entonces llegaron las
escaleras. Teníamos que bajar una cantidad aproximada de 80 escalones y, en el
escalón Nº1, una integrante del grupo dijo “Es que no ha pasado nada en toda la película”, a la par que el anterior
ingrato repitió: “Muy buena película ¿eh?
¡Muy buena elección!”.
Me tropecé con un obstáculo
inexistente y ardieron, por segunda vez en menos de 10 minutos, los fuegos del
infierno en mi interior, que casi me impulsaron a decir: "Te voy a meter el 'Muy buena película, ¿eh? ¡Muy buena elección' por donde buenamente te quepa, pesado". Sin embargo, no tenía la suficiente confianza con este caballero ni con la anterior damisela como para meterme con ellos o, simplemente, como para darles una apacible charla de lo que
pasa o no pasa en las películas, de cómo funciona el ir al cine, de dónde buscar los trailers o críticas de las películas, o de mostrarles cómo las
tramas de las películas no se reducen a besitos en la boca por parte de
vampiros en celo con jovenzuelas repelentes.
Así que me callé.
Y llegó la guinda del pastel.
A la salida del cine, bajo un frío insoportable, con la cabeza a punto de estallarme y aguantando la humareda
proveniente del desgastado cigarrillo del amigo que había sido reprochado por
la escasa calidad del filme, me enteré de que este fumador empedernido no me
avisó de que habían ido al cine el miércoles.
LOS FUEGOS DEL INFIERNO. ¡Ya
sabía yo que no tenía que defenderte, mequetrefe! ¿Así que ahora NO me avisáis
para ir al cine? ¿Qué demonios está pasando aquí? ¿Es que el mundo se ha vuelto
totalmente loco? ¿Planes de cine y no se avisa al más cinéfilo de todos?
No podía más: toda esta
experiencia se estaba convirtiendo en un verdadero torbellino de catastróficos
eventos
- Primero la discusión acerca
de por qué The Artist no es “mala”
por ser muda y ser en blanco y negro.
- Después tener que soportar
que un miembro de mi propio grupo se comportase como aquel jovenzuelo ignorante
de “El Topo”. ¿Qué pensarían los
cinéfilos de la sala de mí?
- ¿Y finalmente enterarme de
que mis amigos me hacen el vacío y se van al cine SIN mí?
Roland Emmerich, por favor
llama al Fin del Mundo y que un meteorito me borre de la faz de la Tierra.
Bueno,
eso es bastante inaccesible… Creo que la única solución es empezar
a ir al cine solo porque, entre unas cosas y otras, el cine en compañía últimamente sólo me trae desgracias...
Me gustaría concluir repitiendo lo que dije en la primera entrega de esta sección: "No es lo mismo". Claramente estas divertidas (aunque frustrantes) anécdotas no me habrían pasado si me hubiese esperado al DVD...
Jerry
Cualquiera se atreve a ir con Jerry al cine jajaja
ResponderEliminarPrometo que no doy tanto miedo. Jajaja.
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