
En la conclusión de la primera
parte de esta nueva trilogía, nuestros protagonistas consiguieron escapar de
las garras de una manada de orcos y visualizaron, por primera vez y desde la lejanía,
la montaña hacia la que está dirigida su expedición.
Y ahora, en Junio de 2013, se
ha publicado el primer trailer de El
Hobbit: La Desolación de Smaug, y me está costando una barbaridad no verlo.
Para los que no lo sepan, a principios
de este curso académico decidí optar por no ver los trailers de las películas que me interesaban para comprobar si es cierto eso que dicen de que el no ver
los trailers es mejor para “disfrutar” más de la película (reflexión que yo,
personalmente, no comparto).
Resulta que hasta ahora no me
había costado demasiado cumplir con mis objetivos. Aún no he visto ni el
trailer de Man of Steel, ni el de Star Trek: Into Darkness y, la verdad,
es que tampoco me está consumiendo por dentro. Sin embargo, el nuevo trailer de
El Hobbit está siendo motivo de
crisis de ansiedad y brotes psicóticos por culpa, nada más y nada menos, que de
mi querido padre y del piojo que tengo como hermano pequeño.
Siempre que no quiero ver un
trailer, o bien directamente no lo busco en YouTube,
o bien, cuando aparece en pantalla antes de ver una película en el cine, cierro
los ojos ante las incrédulas miradas de mis acompañantes.
Esta vez, sin embargo, está siendo una
verdadera tortura. Mi hermano y mi padre han hecho un diabólico trato entre
ellos cuya finalidad debe de ser hacerme sufrir más que a una albina rata de
laboratorio a la que le inyectan un agente pro-inflamatorio. No sólo no dejan
de hablar de lo chulísimo que es el teaser,
ni de la buenísima pinta que tiene esta segunda parte… No. Lo que hacen es
poner el trailer en el ordenador a todo volumen en el cuarto de estar para que
mis oídos comiencen a sangrar como acto reflejo para satisfacer mis deseos de
mantener todo lo relativo a esta aventura mediana
en la ignorancia. Y, por si no fuera poco, cogen la tableta, ponen el trailer y
se sientan a mi lado para atormentarme.
Y he de reconocer que en uno
de esos intentos, caí. Sí, caí: abrí los ojos y me puse a ver el trailer. Sin
embargo, los cerré antes de poder ver nada importante. Lo único que vieron mis
ojos fue esto (es decir, cinco mediocres segundos de un teaser de dos minutos... ¿DESDE CUANDO UN TEASER TRAILER ES TAN LARGO?):
Así que esta es mi situación
en casa: una auténtica batalla entre mi hermano, mi padre y yo cuyo epicentro
yace en ver un maldito (¿o era bendito?) trailer de una maldita película a la
que no puedo esperar más sin que antes me de un infarto agudo de miocardio con
elevación del segmento ST.
En fin.
Jerry
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