Antes de expresar mi más
sincera opinión sobre la adaptación que Darren Aronofsky ha preparado de la
bíblica historia de Noé, he de decir que no voy a entrar en detalles de si es
más o menos precisa, de si va en contra de alguna fe determinada, de si la
sensibilidad del espectador creyente puede dañarse, de si es un filme que debe
suscitar polémica, o de si debería o no llamarse “Noé”.
Además, así como normalmente
analizo las adaptaciones de libros a la gran pantalla de forma totalmente
independiente a su obra original (recordemos que para eso ya está la sección de
MCDC llamada Maldito Club del Libro
en la que siempre parto de la premisa de que es imposible hacer una adaptación
totalmente fidedigna de unas hojas de papel a unos fotogramas), no voy a hacer
una excepción con una historia basada en la religión. En este blog se habla de
cine. Y eso es precisamente lo que voy a hacer.
● Año: 2014
●
Director:
Darren Aronofsky
●
Cast:
Russell Crowe, Jennifer Connelly, Emma Watson, Ray Winstone, Logan Lerman,
Anthony Hopkins…
●
Música:
Clint Mansell
●
Duración:
138min
Después de un correcto prólogo que consideré contextualmente apropiado y sorprendentemente efectivo por el posterior uso que se le daría, la historia de Noé comenzó a estrellarse sin que ni siquiera le hubiese dado tiempo a despegar. Aronofsky optó por presentarnos al personaje principal con una molesta introducción fundamentada en escenas aparentemente inconexas por la excesiva explotación del fundido a negro (un recurso que, para mi gusto, no debería emplearse si se pretende dar un sentido de continuidad a una historia).
Debido a este abrupto arranque
protagonizado por ese irritante estilo narrativo, no fui capaz ni de centrar la
cabeza, ni de tan siquiera conceder un mínimo de atención a la banda sonora de
Clint Mansell. Veía a Russel Crowe en pantalla, contemplaba con incredulidad el
mito que Aronofsky estaba creando y me preguntaba si de verdad iba a aguantar
140 minutos de metraje. Fue entonces cuando apareció Anthony Hopkins en
pantalla. Y después las aves. Y los reptiles y anfibios. Y sólo entonces me
convertí a la verdadera esencia de la película. Sólo entonces comencé a
preocuparme por el poderoso diluvio.
Así como no voy a caer en el
absurdo recurso de dar mi opinión según la exactitud que tiene o deja de tener
esta película (aunque, ojo, es bastante más exacta de lo que parece), tampoco
voy a juzgar lo nuevo de Aronofsky por los anteriores trabajos que su director
haya realizado. A pesar de que su esencia esté constantemente asomándose de
fotograma en fotograma hasta llegar a unos perturbadores minutos cercanos al
desenlace, el cambio de registro es tan evidente que más de uno puede
asustarse. Son complementarios, pero no comparables.
Sin embargo, cuando Noé se juzga por lo que de verdad es, a
uno le termina resultando alucinante. No sólo estamos ante una película de
acción épica considerable, sino ante un filme que cuenta – como suelen hacer
todas las obras de Aronofsky – con una evolución de los personajes apabullante.
La figura de Noé es uno de los protagonistas más complejos que he visto últimamente
en la gran pantalla (y eso que jamás habría pensado que una figura bíblica como
él – bastante poco atractiva para mi gusto – me pudiese llegar a generar tanto
interés)… Pero es que el enfoque que le da Aronofsky es acertadísimo. Noé no
era un dios. Noé era un humano escogido por “el creador” para llevar a cabo una
misión que, aunque nunca lo hubieseis pensado, era complejísima. Este mero
mortal tenía que cometer una de las mayores crueldades habidas y por haber:
tenía que renunciar al socorro de millones de personas, dejándoles morir
ahogados en un salvaje y purificador oleaje. Y Aronofsky se asegura de que esto
quede clarísimo. Tan claro que fomenta, en más de una ocasión, la más
escalofriante de las piloerecciones.
La evolución del personaje de
Noé (espectacularmente interpretado por el único actor de Hollywood que podría
haberlo hecho) me pareció tan alucinante, que llegó un momento en el que no
daba crédito a lo que estaba viendo. No era la misteriosamente cautivadora
música la que me atontaba, ni las excelentes interpretaciones del reparto, ni
siquiera esa espectacular secuencia en la que el protagonista relata el proceso de la creación… Lo que me dejaba anonadado era Noé: un bondadoso personaje
destinado a la más miserable autodestrucción.
Aronofsky ha diseñado
satisfactoriamente su propio mito del diluvio. Un mito lo suficientemente
fascinante como para arrastrar a más de uno a la biblia más cercana para
comprobar hasta qué punto esto “fue” así. Por ello, cuando llegué a casa, además
de tener que escuchar cómo mi hermano pequeño entonaba un [alerta: SPOILER] “Tío… Hermione Granger preñada”, lo
primero que hice fue informarme acerca de esta historia con más detalle.
Me sorprendieron la cantidad
de detalles que desconocía y lo poco impactante que puede llegar a ser la
historia si no te la enfocan como Aronofsky ha hecho.
Pero es otra historia de la
que hablaré en otro momento.
●Te
gustará si:
estás impaciente por ver un curioso mejunje entre el burdo cine comercial y el perturbador
cine de Aronofsky.
●
No te gustará si:
eres de los que juzga una película por quien la dirige, por su arranque, o si no
te hace gracia ver cómo Aronofsky elude el término “Dios” en una historia de
tradición religiosa.
Jerry
A mí no me gustó Nada. Era como ver una versión bíblica de Hulk. El diluvio, que es lo que me interesaba a mí, no aparece, es un mero acontecimiento como que un protagonista se fuma o no un cigarrillo en mitad de un viaje. Para mí fue larga y aburrida.
ResponderEliminarKiss
¿No te gustó? Bueno, ¡no siempre podemos coincidir! ;)
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