Ayer fue un gran día. Después de
una jornada muy estresante, terminé en un pub con un montón de nuevos coleguis
cinéfilos. El tiempo pasó, el tiempo voló, y la gente se fue retirando hasta
que, de repente, tres amigos y yo nos dimos cuenta de que no quedaba ni un alma
en el local. La barra estaba vacía, los sofás deshabitados, y cuatro ojos nos
miraban con recelo mientras recogían los vasos que otros clientes habían dejado
en las mesas.
Quizás fueron las pintas las que
nos hicieron hablar hasta horas británicamente impensables, o
quizás fue la anticipada tristeza de saber que nuestros caminos se separarían
hasta Dios sabe cuándo, pero lo que estaba claro es que la larga conversación que tuvimos
fue tan única que ninguno de nosotros quería que acabase. Hablamos de todo: de
idiomas, de música, de comida, de colegas a los que no soportábamos… y de cine.
Hoy, después de haber pagado el
precio de haber tomado toda la cerveza que no he bebido en un mes, he estado
pensando mucho en todo lo hablado durante este tiempo de descanso y me he dado
cuenta de que Jerry no es tan raro como algunos de vosotros creéis. Puedo ser
bruto y a veces demasiado sentimental, pero no dejo de ser un cinéfilo más. Un
cinéfilo que, como tantos otros, comparte una serie de características que sí
son únicas. Me explicaré.
1.
No nos gusta la responsabilidad. Y aun menos que nos acompañen al cine.
No es ninguna broma. Todos los
cinéfilos sentimos una descarada carga sobre nuestros hombros cada vez que
vamos al cine con alguien que no es tan apasionado como nosotros.
Nuestros compañeros de sala, como conocen nuestra condición de cinéfilos enloquecidos, no esperan que les llevemos a ver una película buena,
sino una película que les guste. Y eso, señores, es como hacer malabares boca
abajo con cinco melones mientras juegas a ser un ventilador en el techo de tu
casa. Las expectativas son una de las peores enemigas a las que todo espectador se enfrenta, y éstas son muy superiores cuando tu acompañante es un cinéfilo.
Lo sabéis. Aún recuerdo el día en el que fui a ver Young Adult: a la salida del cine, mis amigos sólo escupían sapos,
salamandras y serpientes de cascabel por la boca y, un servidor, notaba cómo
sus pasos le hundían cada vez más en una sombría y traumática depresión
cinéfila porque había sido yo el que había escogido la película. Y eso no es
justo, buitres, así que si queréis ir al cine con nosotros, madurad y asumid que nosotros no somos los responsables de nada.
Porque, aunque no nos lo digáis, todos sabemos que nos hacéis responsables de
todos los infortunios que os pasan en la sala. Y no, ni se os ocurra dejar caer que somos unos paranoicos.
2.
Nunca elegimos película.
Por el descaro y la desvergüenza que nuestros
acompañantes no-cinéfilos demuestran siempre que peregrinan al templo con nosotros, al llegar a la meta nos convertimos en las personas con menos iniciativa del mundo. Ya nos pueden
someter a la peor de las torturas, que nuestros labios permanecerán sellados.
Somos leales a nuestros principios y, como muy bien acabo de explicar, no me da la gana elegir una película porque no me da la gana de que me culpes de todo y de nada. Así que elegid vosotros, que para eso tenéis un descarado buen gusto cinematográfico.
3.
Mentimos como ratas.
No
sé si estabais al tanto, pero por si no lo sabíais, las ratas son
unas mentirosas, y los cinéfilos somos tan desgraciados como ellas.
No sólo nadie nos quiere, sino que vivimos en las sombras de las salas y la
única forma de encontrarnos es buscando dos puntos
brillantes en la densa oscuridad. Unos puntos que no son más que nuestros ojos inyectados en sangre, tan cegadores
como el fulgor de una super nova, y tan dispuestos a juzgar, prejuzgar y re-juzgar a todo espectador que nos moleste lo más mínimo. Como venía diciendo, somos igual
de mentirosos y tramposos que las ratas: a pesar de que nunca elijamos la
película que vamos a ver, cuando nuestro
acompañante decide ver una película que claramente es peor que Transformers, entonamos unos intimidantes y
poderosos “Bfff… la verdad es que esa película
no te va a gustar ¿eh? No es de tu estilo para nada”, “El otro día la vio Pepito y me dijo que se salió de la sala la
mitad del público”, “Tío no, otra... Que esa ya la he visto”.
Y, oye, funciona.
4.
No nos gusta ver películas en casa con gente.
Cuando mis padres se quejan de que
no veo películas ni con ellos, ni con mis hermanos, siempre les contesto algo
parecido a “Es que la película que estáis
viendo ya la he visto” o “Puf, es que
esa película es aburridísima seguro”. Sin embargo, hay otras muchas razones por
las que no nos gusta sentarnos en el salón de casa y ver películas con nuestras
familias. Para empezar, no soportamos la publicidad porque los anuncios pueden ser útiles para ir al baño, pero rompen la sinapsis que todo cinéfilo establece con el filme. Además, tampoco nos
gusta ver películas que ya han empezado. Aunque lo haya hecho hace sólo cinco
minutos, esos trescientos segundos son lo suficientemente importantes como para
que rechacemos la invitación. Eso sí, la razón de más peso de todas es que
nos hierve la sangre cada vez que vemos una película en casa y tenemos que
soportar el “Dadle a pausa que tengo que
ir al baño”, ronquido, “Pero esta película es
malísima ¿no?”, ronquido-ronquido, "Tssss... que estás roncando", brrrrr-taca-taca-taca, "Deja el móvil", “No me estoy
enterando de nada”, ronquido-ronquido-ronquido, tacatacatacata-ronquido-tssss-pis-caca-boom. Está claro que si no os enteráis de nada, es
porque estáis haciendo de todo menos ver la película: los seres humanos estamos
configurados para que, cada vez que le demos al play, nuestro sistema nervioso
se colapse y no nos deje hacer nada más que ver la santa película. Así que, como estoy seguro que comprenderéis, no es compatible jugar al
ordenador y ver una película al mismo tiempo, no es decoroso ponerse a hablar
por teléfono cuando alguien está viendo una película en el salón, y no queréis
ver cómo nos transformamos en Hulk. Así que no, no vemos películas con gente.
Somos así.
5.
Las películas que nos compramos son para nosotros. Y las que compramos a
nuestros familiares, también.
Los cinéfilos
podemos llegar a ser muy egoístas. Cuando nos compramos una película, nos la
compramos para nosotros y, si alguien quiere utilizarla, tiene que pedir
permiso, y nosotros ya veremos qué hacemos. No sé por qué es tan difícil entender que para nosotros
las películas son como el caviar caro. Sin
embargo, también es cierto que cuando compramos a un familiar una película,
indirectamente nos la estamos comprando a nosotros mismos. Simplemente
utilizamos la excusa del regalo para gastarnos ese dinero sin sentirnos
culpables. El “Esta película te va a
encantar” no lo decimos gratuitamente, lo decimos sólo cuando queremos
decir que “Esta película te va a encantar…
A ti, y a mí”.
6.
Las películas que nos compramos las vemos nosotros antes.
No oses quitar el plástico que
envuelve la maldita película que me acabo de comprar antes de que yo lo haga,
porque para nosotros hacerlo es como un ritual sagrado. No utilizamos incienso,
ropa especial, ni venas aromáticas (sí, malditas venas aromáticas ¿vale? que aquí hay que explicarlo todo), pero a lo mejor algún sacrificio se nos puede
antojar si tienes el poco cuidado de ensuciar con tus manos nuestra caja. Así
que no te atrevas ni a abrir el DVD antes que yo, ni a ver la película antes
que yo aunque yo ya le haya quitado el plástico. Porque es mía y no tuya, y
porque no me da la gana de tener que estar evitando spoilers por el simple hecho de que hayas decidido ver antes que yo lo que me
pertenece. Cero tolerancia a la evasión de spoilers. Cero.
7.
Odiamos que nos habléis de cine si no tenéis ni idea de cine.
Yo entiendo que a todo el mundo
le puede gustar más o menos ir al cine, pero lo que no me entra en la cabeza es que la gente, por sacar
tema de conversación o por hacer la pelota, se haga el entendido conmigo.
Si no entiendes de cine, no entiendes y no pasa nada. Porque ni el Oscar lo ha ganado ese actor por esa
película, ni la banda sonora original incluye la canción de Coldplay que sale en el trailer, ni la película que tanto te gusta va a dejar de ser menos mala por
muchas veces que me digas lo contrario o por muchos argumentos que me des. Así no funciona
el mundo ni la cabeza de monstruos como yo.
8.
Cuando os aburráis en casa, no nos escribáis un WhatsApp pidiéndonos que os recomendemos
una película para matar vuestro aburrimiento.
El cine en sí mismo es un arte,
pero ver una película también, así que no intentéis que os demos una solución cinéfila a
vuestro aburrimiento porque ni tu cabeza es la mía ni América se descubrió en dos días. Cada vez que alguien me dice “Jerry, me aburro. Recomiéndame una película”, siento una inmensa
frustración que sólo puedo consolar con un agotado “¿Qué género te apetece ver?”. Si me pillas de buen humor, quizás le de una o dos vueltas a tu pregunta y te mandaré una lista larguísima de títulos que podrían
satisfacer tus obscenas necesidades de ver películas online, pero si no estoy de buenas pulgas te diré que te
vayas a freír espárragos y que, de paso, la próxima vez que tengas la misma duda, acudas
a mi blog. Que para algo está.
Casi todos los cinéfilos somos monstruos y, conforme nos vamos sumergiendo en las profundidades de la cinefilia,
nos vamos convirtiendo en monstruos más exigentes, más maniáticos, menos pacientes y hasta más soberbios. Sin embargo, y como muy bien nos dijo Peter Hollywood a mis tres monstruosos amigos y a mí, es la gente como nosotros la que mantiene
viva la llama del cine: esa llama que alimenta las almas de miles de personas que,
cuando acuden a una sala, lo hacen con la intención de ver algo bonito. De contemplar
belleza.
Sí, señores. Ayer, después de esa
ya olvidada cantidad de pintas, la palabra que más se oía en nuestra mesa
mientras hablábamos del Séptimo Arte era “belleza”. Porque el cine es belleza,
y ni todo el mundo es capaz de apreciarla, ni todo el mundo la ve igual.
Pero
así es, y así somos.
Jerry
PD para familia y amigos: a pesar de todo lo dicho, os quiero tal y como sois.
PD para familia y amigos: a pesar de todo lo dicho, os quiero tal y como sois.
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