martes, 21 de noviembre de 2017

CRITICA | A Ghost Story


La mayoría de las veces vamos al cine para entretenernos, juzgar si la actuación de aquel actor famoso es de verdad merecedora de tanto aplauso, pasar un rato con nuestros allegados o - seamos francos - comer palomitas delante de una pantalla grande. Sin embargo, en muy pocas ocasiones entramos en una sala dispuestos a dar rienda suelta a nuestras emociones. No sólo nos parece incomprensible que exista gente que llore en el cine, sino que encima nos avergüenza porque creemos que eso es cosa de niños o de remilgados. Sin embargo, a veces fijamos la mirada en la pantalla - intrigados - y nos preguntamos cómo algo tan artificial como es una película puede llegar a despertar algo tan real como son las emociones... Cómo es que existen películas capaces de embarcar a algunos espectadores en viajes emocionales tan sinceros como es el de A Ghost Story, lo nuevo de David Lowery. 

Si bien es cierto que, a la vista de lo dicho tras su paso por Sundance, todo espectador debe ir al cine mentalizado de que lo nuevo del responsable de Peter y el Dragón (2016) está ahí para conmover, toda expectativa predefinida de A Ghost Story es poca. El filme, protagonizado por Rooney Mara y Casey Affleck, además de que cuenta con una ya de por sí peculiar fuerza que nace de lo arriesgada y poco comercial que es su propuesta, es una historia sobre el amor y la muerte sin precedentes que, además, tiene un corazón que no le cabe a nadie en el pecho.

Curiosamente, y a pesar de sus buenas - y hasta esperanzadoras - intenciones, A Ghost Story es - en apariencia - una película extremadamente pesimista. Lowery ha decidido apoyarse en una rudimentaria estética y un escrupuloso lenguaje visual para plantear una oda a la complejidad de la vida que se alimenta del concepto del tiempo para hacernos reflexionar sobre lo fugaz, volátil e insignificante que es nuestro paso por la Tierra. Sin embargo, al mismo tiempo - en un golpe tan maestro como extraño -, Lowery ha conseguido ensalzar el papel de los sentimientos en la historia de la humanidad, ofreciendo así un poco de luz sobre un pesimismo existencial que parecía intoxicar todo lo relativo al protagonista de su película: el fantasma de Affleck.

Y es que resulta que el personaje principal de esta obra es un fantasma: un ser aparentemente muerto, portador de una ridícula sábana blanca que le oculta de la realidad pero que, al mismo tiempo, le ofrece un atisbo del ciclo de la vida a través de dos agujeros. Un ente pasivo, triste y abandonado, que se limita a ser testigo de cómo el paso del tiempo se acompaña de un doloroso olvido mientras nos alerta de cómo, por muy insignificantes que terminen siendo nuestras vidas, quizás lo que pueda mover nuestro destino, o incluso el del universo, sean los sentimientos y corazones de la gente.

Que me digan que no es emocionante.


Jerry
Imagen vía IMP Awards

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