miércoles, 29 de mayo de 2019

CLASICOS DISNEY | Blancanieves y los Siete Enanitos (1937)


Cuando salí del cine de ver la nueva versión del clásico Dumbo (Ben Sharpsteen, 1941) hice un repaso de los títulos que Disney ya había adaptado a imagen real - y de aquellos que están pendientes de estreno o de inicio de producción - y me di cuenta de que la piedra angular de la compañía, Blancanieves y los Siete Enanitos (David Hand, 1937), no aparecía por ninguna parte. Esta ausencia podría estar justificada o bien por los relativamente recientes estrenos de Blancanieves y la Leyenda del Cazador (Rupert Sanders, 2012) y Mirror, Mirror (Tarsem Singh, 2012) por parte de Universal Pictures y Relativity Media respectivamente, o bien porque la compañía del ratón no tiene planes para adaptar la que es su tesoro más preciado, lo que supondría un proyecto de incalculable envergadura.

No cabe ninguna duda de que, a pesar de que este primer clásico no acostumbre a despertar entre el público la misma devoción que sí consiguen otros, su importancia dentro de los estudios Disney es inmaculada. Ya no sólo es que el empeño que mostró Walt para que este proyecto saliese a la luz le confiera un valor especial a la película, sino que, además, Blancanieves y los Siete Enanitos fue el primer largometraje de animación de la historia del cine, la responsable de que se generalizase el uso de una de las técnicas de grabación más revolucionarias para el género de la animación (la llamada "multiplane camera") y la salvación económica de los ahora mastodónticos estudios.

El filme, que sin pretenderlo estableció muchas marcas de la casa aún vigentes hoy en día, con el tiempo se ha ganado una inmerecida fama de remilgado por la muy distintiva voz de la princesa, el desenfado e inocencia evocado por tanto enanitos como animales, y el jolgorio de sus canciones. Sin embargo, y a pesar de que una de las intenciones de Walt era precisamente la de transmitir un mensaje de alegría y positivismo tras la Gran Depresión, la película también se empapa de la sombría  tonalidad del relato de los Hermanos Grimm. Pues, aunque en el clásico de animación la madrastra no ordena al cazador que le traiga el hígado y los pulmones de la princesa en una caja, y aunque la bruja no muera por agotamiento al bailar con unos zapatos de hierro al rojo vivo durante la boda de la protagonista, la huida de Blancanieves por el bosque, la transformación de la madrastra en bruja y la historia en sí misma son todas ellas espeluznantes. 

Por lo tanto, para equilibrar la balanza entre la inocencia del clásico animado y la lobreguez de relato original, Disney insistió en invertir tiempo y dinero en el diseño de los enanitos, quienes, pese a ser aparentemente personajes secundarios, tienen mucho más protagonismo que su heroína y confieren al filme ese positivismo que tanto buscaba Walt. Se decidió dotarles de nombre propio, de un aspecto amigable e infantil y, además, de conferirles a cada uno de ellos una personalidad distinta y meticulosamente estudiada que terminó situándoles como el auténtico plato fuerte de la historia. Suyos son algunos de los momentos más recordados del filme: desde el ya mitificado Heig-Ho, hasta su desternillante llegada a casa, aquel divertidísimo lavado de manos o la emocionante persecución final, en la que, además, el desarrollo del personaje de Gruñón se consagra como uno de los mejores de todos los clásicos de la compañía.

Por todo esto, y a pesar de todos los prejuicios que se tienen sobre Blancanieves y los Siete Enanitos, el primer clásico animado de Disney es una fantástica película de animación cuya importancia en la historia de la compañía es indiscutible. Prueba de ello es que el tejado del edificio de los estudios de Burbank está soportado por siete estatuas: las de los siete enanitos.

Jerry

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