viernes, 4 de abril de 2014

Viernes Criticón: El Gran Hotel Budapest

Odio la fiesta del cine. Lo siento por todos aquellos que se relamen al pensar en entradas por 2,90 euros. O por aquellos espectadores que sólo piensan en ir al cine a comer palomitas, nachos y otras aberraciones culinarias que no deberían estar permitidas en las grandes salas. O por aquellos a los que no les importe soportar cómo la gente se mete a mitad de la proyección en tu sala para sacar el móvil y cegar a sus inocentes víctimas. O por aquellos a los que les encante comprar entradas por internet, ser incapaz de imprimirlas en casa por la absoluta implosión de las páginas relacionadas con el infravalorado Séptimo Arte, y que ni siquiera las máquinas de los cines sean capaces de reconocer que has hecho una reserva hace apenas una hora.

Sí, odio la fiesta del cine porque para mí es una pesadilla. Sin embargo, y contra todo pronóstico, terminé yendo. Había tenido un mal día, se me había puesto la cabeza como un bombo y decidí salir de casa en buena compañía para refugiarme en mi segunda casa, evadirme de mis problemas y pasar un asegurado buen rato. ¿Asegurado por qué? Porque fui a ver lo nuevo de Wes Anderson.

● Año: 2014
● Director: Wes Anderson
● Cast: Ralph Fiennes, F. Murray Abraham, Saoirse Ronan, Edward Norton, Mathieu Amalric, Adrien Brody, Willen Dafoe, Léa Seydoux, Jeff Goldblum, Jason Schwartzman, Jude Law, Tilda Swinton…
● Música: Alexandre Desplat
● Duración: 99min


Hay un momento en El Gran Budapest Hotel que cautiva, que genera una repentina dependencia visual casi abrumadora… Un momento que no quieres que termine, que deseas ver, y ver, y ver sin parar hasta que se te caiga el pelo de la cabeza y te metan en un sarcófago habiendo hecho previamente un repentino cambio en tu testamento. Un momento tan wesandersiano y tan cinematográfico, tan encantador y tan espontáneo, tan imprevisible y tan absurdo, que hipnotiza, que te abre los ojos y que te hace sonreír mientras susurras un “aunque sólo fuese por esto, lo nuevo de Wes Anderson se merece un visionado en la gran pantalla”.

No diré de qué momento hablo. Dejaré que vosotros mismos penséis ese momento, que le deis vueltas y que valoréis cuál es vuestro momento de El Gran Hotel Budapest; una película llena de pequeños grandes momentos, de pequeñas habitaciones que componen un magnífico y grandioso hotel que pronto verá como su gerente es introducido en una paradójicamente dulce trama de asesinatos, herencias y misterios. Tan absurda. Tan poco creíble. Tan deliciosa. Tan buena…


No recomendaría a la gente ver El Gran Budapest Hotel, yo desearía que todo el mundo la viese. Y no sólo este último trabajo de Wes Anderson, sino también Moonrise Kingdom, la película que me hizo descubrir a ese director, que – años antes – tan raro me había parecido con su Viaje a Darjeeling (debería contar por qué, pero eso es otra historia que ya he contado).

Aunque Moonrise Kingdom me pareciese una obra de arte llena de emotividad y de – digámoslo – dulzura, y aunque El Gran Hotel Budapest, desde mi más humilde punto de vista, carece de esas tan arrolladoras emotividad, nostalgia e inocencia que sí tenía la historia de amor infantil de Moonrise Kingdom, lo nuevo de Wes Anderson, pese a no ser tan reconfortante, es una de esas grandes películas que se atreven con lo que otras ni se plantean.

Sus personajes – incluyendo al terrorífico Dafoe - son encantadores, su música es electrizante, su trama es entretenidísima, y, lo que para mí es lo más importante, sus intenciones son buenas. Buenísimas. Parece que Wes Anderson sólo quiere hacer felices a sus espectadores. Y eso me encanta.


Hay un momento en El Gran Budapest Hotel que cautiva, que genera una repentina dependencia visual casi abrumadora… Un momento que no quieres que termine, que deseas ver, y ver, y ver sin parar hasta que se te caiga el pelo de la cabeza y te metan en un sarcófago habiendo hecho previamente un repentino cambio en tu testamento. Un cambio en el testamento en el que figure que todas las películas que tienes de Wes Anderson las va a heredar la persona más triste que conozcas: esa persona a la que le deseas que, por lo menos, consiga encontrar la felicidad hecha fotogramas.

Porque, si Wes Anderson se caracteriza por algo, eso es por la felicidad que transmite su Moonrise Kingdom y su Gran Hotel Budapest: dos obras que me han convencido de una vez por todas para ver todos sus anteriores trabajos.

Hoy voy a la Fnac.

●Te gustará si: quieres ver una película distinta, alegre, llena de vida, de color, y de situaciones absurdas que resultan apasionantes.

● No te gustará si: odias… ¿el color rosa?


Jerry

2 comentarios:

  1. Tengo muchísimas ganas de verla...a ver si puedo este finde. Por cierto, yo amo la Fiesta del Cine por el precio...porque lo que es ir al cine en esos tres días es horroroso...de tanta gente la película sabe hasta mal....pero es por la gente

    Kiss

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    Respuestas
    1. Jajajaja ¡se convierte en una pesadilla! Pero está claro que eso no quita que no me alegre de que los cines se llenen

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