Dejé de ver The Walking Dead porque me cansé de ella. Coincidiendo con un parón
a mitad de su segunda temporada, un por aquel entonces fiel espectador decidió
abandonar el barco y olvidarse de la historia de Rick Grimes y compañía: un
grupo de supervivientes que, día tras día, hacía frente a hordas de zombis
dispuestos a acabar con todo rastro humano que quedase sobre la faz de la
Tierra.
Sin embargo, conforme la sexta
temporada se iba acercando a su fin (años después de que yo la abandonase),
volví a sentir curiosidad por ella. Y es que, después de ver cómo la crítica
aplaudía todas y cada una de sus entregas, y de los ánimos que muchos me dieron
para que la volviese a ver, pensé que yo no podía ser el único seriéfilo que se estuviese perdiendo aquel
presunto festín audiovisual. Así que la retomé. Y menos mal que lo hice.
Durante todos estos años, el show
creado por Frank Darabont (quien, tras su retirada del proyecto, llevaría a los
juzgados a la cadena AMC) ha evolucionado como ninguna otra serie que siga en
antena tras seis años de emisión. Resulta que, ni son muchas las producciones
que aguantan las exigencias de un público cada vez más exquisito, ni tampoco
las hay capaces de llevar la historia con la suficiente clase como para
intrigar al público y deleitarle con un crecimiento de personajes tan obstinado
como el de aquellos que protagonizan The
Walking Dead.
Si bien es cierto que el
apocalipsis zombi sigue siendo el eje principal sobre el que gira la historia, ni
el papel de los llamados walkers goza
del mismo protagonismo, ni los personajes mantienen los principios o
convicciones que les caracterizaban en sus primeras entregas. Después de haber
escapado de un centro urbano infestado de no-muertos, de haber intentado
convivir en una apacible granja y de haberse esperanzado con una cárcel en
principio salubre, los protagonistas de esta aventura – cada día más brutal,
despiadada y terrorífica – han descubierto que el verdadero mal que asola el
mundo en el que viven no lo protagonizan los zombis, sino los humanos.
Porque sí, lo que en su día
comenzó con el llamado “Gobernador” se ha convertido en ley universal: los
Estados Unidos de América han pasado a ser un caldo de cultivo de violencia, degeneración
e inhumanidad, un contexto que los responsables de la serie han aprovechado
para hacer reflexionar a los espectadores sobre lo frágil que es nuestra
humanidad y lo tentador que resulta liberar nuestro instinto animal para –
presuntamente – sobrevivir. Y si para ello necesitan una sexta temporada que
termine con uno de los más detestables cliffhangers
de la serie, que lo hagan. Porque yo ya soy parte del fanatismo de The Walking Dead, y a mí las críticas a estas alturas me entran por
un oído, y me salen por el otro.
La séptima temporada de The Walking Dead se estrenará en España el 24 de Octubre (Fox).
Jerry F.
Imágenes vía IMP Awards & Cinescape
Hola! A mi ya me aburre un poco y además me dan ganas de repartir hostias y no precisamente entre los zombies, está claro que refleja muy bien la poca humanidad que tiene la humanidad, supongo que por eso estoy bastante harta de la serie, solo la veo para saber como narices termina.
ResponderEliminarUn saludo!
Ya me canso, decepciona, es una lástima que la maten así
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