Desde hace unos años, compañías como Microsoft, Nintendo y Sony están revolucionando el mercado del entretenimiento a base de la puesta en venta de productos que antaño eran considerados joyas del futuro. Son estas mismas compañías las que han ideado los controles de mando inalámbricos con detección de movimiento, las que han sabido aprovechar Internet para explotar la posibilidad de jugar con otros gamers a miles de kilómetros de distancia, y los que - muy sabiamente - cada año van ofreciendo mejoras a la experiencia de jugar y divertirse.
Es en ese particular aspecto en el que "Playtest" decide meter mano. La segunda entrega de la tercera temporada de Black Mirror, una serie de origen británico especializada en destrozar las costumbres que la sociedad del s.XXI está adquiriendo con respecto a las nuevas tecnologías (y en augurar un futuro muy gris para nuestros hijos), nos presenta a Cooper: un joven americano que emprende un viaje por el mundo para - eventualmente - terminar aceptando un trabajo en SaitoGemu, una compañía de videojuegos con éxito a nivel mundial que está inmersa en el desarrollo de un videojuego como ningún otro que se haya visto.
Partiendo de una historia que, a pesar de ser hasta cierto punto convencional, está presentada con una exquisitez audiovisual muy propia de Dan Trachtenberg (Calle Cloverfield 10), Playtest consigue despertar con éxito el espíritu crudo y pesimista que tanto caracteriza a la serie mientras deja de lado ese sentimentalismo tontorrón - y muy americanizado - que empapó el último acto de Nosedive (Joe Wright), primero en discordia de esta nueva tanda de catastróficas desdichas.
Pero mucho ojo, porque, a pesar de que Playtest supere a Nosedive en cuanto a "fidelidad británica" se refiere, ambas son producciones televisivas interesantes y dignas de ver de las que no sólo aprenderemos algo, sino con las que además pasaremos un rato incómodo.
Porque Black Mirror es así.
JerryF
Imagen vía Quartz
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