lunes, 6 de agosto de 2012

Jerry Jones y El Cine Maldito: El Héroe de la Sala 15


El cine es un lugar lleno de factores que pueden desencadenar un terrible apocalipsis cinematográfico de proporciones bíblicas y, a pesar de que tenga muchísimas anécdotas que os puedo contar, esta vez voy a narrar los eventos que tuvieron lugar el pasado día 2 de Agosto de 2012: el día que elegí para ir al cine a ver la extraordinaria El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace.

Como muchos sabréis, he estado un mes entero fuera de España alejado de todo contacto con el séptimo arte y, desde el día 20 de Julio no podía dejar de pensar que la nueva entrega de la saga Batman había salido en cines y yo aún no la había visto. Así que fue ese mismo día cuando decidí que vería el filme el día dos de Agosto: por las buenas, o por las malas.

Llegó el día y aunque os podría narrar todo lo que hice y la cantidad de infortunios que tuvieron lugar ese día, voy a pasar directamente al momento en el que llegué al cine.


La fecha escogida era perfecta porque un Jueves a las 18:00 no hay prácticamente nadie en el cine, así que cuando llegué no tuve que hacer apenas cola para nada: ni siquiera para esa pequeña bolsita de palomitas que me compré para acompañar a un desolado Sprite.

Me senté en la sala, fui al baño mientras un amigo mío me vigilaba las palomitas, volví, y comenzaron los trailers.

Esto es vida” – pensé – “¡Estoy en el cine, después de un larguísimo mes sin pantallas gigantes ni palomitas saladas, viendo los trailers previos a The Dark Knight Rises en Versión Original!”. Puro placer cinematográfico.

Pero entonces ocurrió: justo al final del trailer de una película española que “pecaba” de aburrida, la pantalla oscureció y se oyó la voz de Belén Rueda diciendo algo que, supuestamente, daba el toque final a dicho trailer.

No me alarmé. Pensé que esta película española querría tener más popularidad y despertar más intriga en los espectadores si el trailer terminaba de una forma confusa sin tan siquiera decir el título del filme. Ahí pequé yo: era un sinsentido alucinante aunque, en fin, permítanme dudar de muchos genios de este cine español que en los tiempos que corren nos deleita con películas como Mentiras y Gordas, Águila Roja y Desde que Amanece, Apetece.

Pero bueno, mientras yo le daba vueltas al porqué de ese sinsentido publicitario, noté que comenzaba a sonar el sonido/pseudo-melodía de un trailer que me resultaba sospechosamente familiar… Y entonces lo escuché: “¿Qué pasa? Sonríes… No puedo creerlo…” seguido de un “Quieren que vayamos a buscarlos”.

Y ahí fue cuando, sin dudarlo un instante y obedeciendo a un impulso totalmente involuntario, me levanté de la butaca.

El factor que desató la activación de todos los engranajes de mi más primitivo sentido de la supervivencia fue que podía escuchar el trailer de Prometheus pero no podía verlo y, desgraciadamente, ni soy ciego ni padezco la ceguera nocturna por déficit de vitamina A. Algo iba extremadamente mal.


Una vez levantado, y con todos los músculos del cuerpo en contracción, le dije a mi amigo en la oscuridad con un tono de pánico que ni la mismísima Drew Barrymore en Scream: “Es el trailer de Prometheus y no se está viendo”. Mi amigo se pensó que, simplemente, no quería oír el trailer sin ver las imágenes, así que me contestó con un inocente “Pues tápate los oídos”.

Pero mi amigo no se había dado cuenta de la magnitud del problema: el anterior trailer de esa película española tan interesante no se había visto por un factor etiológico desconocido, y ahora el trailer de Prometheus había sido contagiado y estaba corriendo la misma suerte. Ya habíamos visto dos trailers, por lo que la película iba a comenzar en cuestión de, en el mejor de los casos, cinco minutos aproximados (sólo dos minutos en el caso de que el trailer de la pseudo-precuela de Alien fuese el último)  y esto apestaba a epidemia capaz de contagiar también a la película.

Me habría encantado contarle a mi amigo mi preocupación, pero el deber me llamaba y un héroe no debe distraerse de sus heroicas tareas, así que salí corriendo y, una vez fuera de la sala, y tras haber tenido que dar uso a mi mejor sentido de la visión nocturna debido a que la habitación estaba sumida en la oscuridad más profunda jamás vista, me asomé al pasillo y el terror se apoderó de todo mi ser.


En una milésima de segundo me dí cuenta de que estábamos en Agosto, de que era por la tarde y de que no había apenas espectadores que colapsasen la cola de las palomitas, por lo que no habría apenas personal del cine y, lo peor de todo: estaba en la maldita tercera planta del cine y el único acomodador que había visto había sido en la planta cero.

Se me cayó el alma a los pies porque hacía más de un año que había estado esperando este momento y ahora todo se iba a estropear porque el maldito proyector había decidido hacer huelga general, y me lamenté por aquella vez en la que la pantalla de Star Wars: La Amenaza Fantasma 3D se veía de color verde y fui incapaz de preguntarle al joven que salió de la sala para alertar al personal que dónde había acudido para solucionar el problema.

Saqué el móvil y escribí a mi amigo: “Estoy en el pasillo y no sé dónde demonios ir… ¿Qué hago?” y ahora el iluso lo era yo: su móvil estaba apagado. Corrí por el pasillo y me dirigí hacia una señora de unos 65 años que debió de pensar que necesitaba un chute de ketamina por mis sudores fríos y mi expresión facial o que, simplemente, estaba sufriendo un apretón de proporciones épicas porque los pantalones se me caían (aparte de que había adelgazado, todo se reducía a que llevaba cartera, móvil, iPod, la caja de mis gafas [¡maldita miopía!] y llaves en dos bolsillos y medio de unos vaqueros extremadamente viejos sin cinturón).

La pobre mujer no supo ayudarme cuando le pregunté por los acomodadores y, antes de meterse en su correspondiente sala, se limitó a darme la información que ya conocía: el último acomodador que había visto estaba en la planta cero.

Me quedé petrificado en el pasillo. Sabía dónde ir, pero no entendía cómo iba a llegar porque la puerta de escaleras más cercana estaba bloqueada por una especie de pestillo que jamás había visto, y la remota opción de volver a la sala no era viable: ahí había un público esperando a que su héroe volviese triunfal a la sala con los problemas solucionados en vez de con restos fecales y orina en los pantalones que plasmasen el olor a derrota.

Pero entonces llegó mi co-héroe (sí, el título de “héroe propiamente dicho” es mío por ser el primero en darse cuenta del evento apocalíptico que estaba teniendo lugar en la Sala 15) y le dije que no sabía qué hacer porque el único acomodador que había estaba en la planta cero. Casi me echo a llorar por lo lamentable de mi situación, pero entonces él me miró y me dijo: “Tenemos que llegar a la planta baja y alertar al acomodador”.

Sonaba lógico y razonable pero mi co-héroe se olvidaba del pestillo de la puerta, así que le alerté de que estaba cerrada. Sin embargo, mi co-héroe, un joven con la piel morena, que llevaba gafas y que era más o menos de mi altura (aunque, claramente, más anciano que yo), empujó las puertas y éstas se abrieron de par en par.

Entonces corrimos. Bajamos las escaleras corriendo mientras hablábamos de cosas que no recuerdo por la sobredosis de adrenalina que corría por mis venas y porque yo estaba pensando en la imagen de pringado que le había dado a mi co-héroe (primero me encuentra petrificado en el pasillo y luego le digo que la puerta no puede abrirse: penoso) y finalmente llegamos a la planta baja, donde pillamos por sorpresa a un joven acomodador que se estaba dedicando a hacer un dibujo en un trozo de papel (el dibujo estaba muy bien, por cierto).

Le comentamos nuestro problema y él, cual Inspector Gadget, se sacó de la manga un Walkie-Talkie para luego usar un mero teléfono móvil que tenía más años que mi antiguo Nokia 3510i.

Alertó a sus superiores y bla, bla, bla. Cuando nos dijo que volviésemos a subir, que ya iba un técnico, se escuchó un grito atronador. Levantamos la vista y vimos que en el tercer piso había unas cuatro personas alertándonos de que la pantalla de la Sala 15 no se veía.

En ese momento pensé: “¡Qué listos! Pegan gritos y así todo es más rápido”, pero entonces pensé: “Vaya panda de retrasados: han tardado más de cinco minutos en darse cuenta de que la pantalla no se veía y encima gritan como auténticas verduleras en pleno mercado de Madrid: ¡Que estamos en el cine, no es la pescadería!”. Qué vergüenza.

Mientras, yo subí con mi co-héroe las escaleras mecánicas y llegamos a la sala con la barbilla bien alta después de haber llegado a la conclusión de que esto pasaba “por ir a ver la película en versión original”.

Ese día fui el héroe de la Sala 15: una veintena de personas pudieron ver Batman gracias a mí y a mi co-héroe y, sin embargo, no recibí una mísera palmadita en la espalda. Pero bueno, ya decía la película que “Todos podemos ser héroes” pero que el reconocimiento no es importante.


Jerry.

3 comentarios:

  1. Esto no te hubiera pasado si hubieras ido al Diversia jajaja

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  2. A un recuerdo algo parecido que me paso, eran las 12 de la noche, estreno de la pelicula star wars ep 3 justo al final de la pelicula cuan obi wan le dice aanakin no saltes anakin estoy en alto llevas la de perder, Anakin skywalter salta hacia obi wan y.................. se va la señal!!!!!!!!!!!!!!! la pantalla se queda en negro y toda la sala rechifla.....

    Al regresar la imagen unicamente podemso ver a Obi wan diciendo.. te lo adverti Anakin y vemos a ANakin tirado sin piernas y brazo...

    rustrante... muy frustrante..... y lo peor de todo, en la sala no fueron capaces de regresar esa parte de la pelicula.

    Ahhhhh recuerdo y me frustro

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    Respuestas
    1. ¡Vaya falta de todo! Yo me habría indignado muchísimo Jose, no sé cómo pudiste sufrir eso... ¡Espero que nunca me pase!

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