El cine es un lugar lleno de
factores que pueden desencadenar un terrible apocalipsis cinematográfico de
proporciones bíblicas y, a pesar de que tenga muchísimas anécdotas que os puedo
contar, esta vez voy a narrar los eventos que tuvieron lugar el pasado día 2 de
Agosto de 2012: el día que elegí para ir al cine a ver la extraordinaria El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace.
Como muchos sabréis, he estado
un mes entero fuera de España alejado de todo contacto con el séptimo arte y, desde
el día 20 de Julio no podía dejar de pensar que la nueva entrega de la saga
Batman había salido en cines y yo aún no la había visto. Así que fue ese mismo
día cuando decidí que vería el filme el día dos de Agosto: por las buenas, o
por las malas.
Llegó el día y aunque os
podría narrar todo lo que hice y la cantidad de infortunios que tuvieron lugar
ese día, voy a pasar directamente al momento en el que llegué al cine.
La fecha escogida era perfecta
porque un Jueves a las 18:00 no hay prácticamente nadie en el cine, así que cuando
llegué no tuve que hacer apenas cola para nada: ni siquiera para esa pequeña
bolsita de palomitas que me compré para acompañar a un desolado Sprite.
Me senté en la sala, fui al
baño mientras un amigo mío me vigilaba las palomitas, volví, y comenzaron los
trailers.
“Esto es vida” – pensé – “¡Estoy
en el cine, después de un larguísimo mes sin pantallas gigantes ni palomitas
saladas, viendo los trailers previos a The Dark Knight Rises en Versión
Original!”. Puro placer cinematográfico.
Pero entonces ocurrió: justo
al final del trailer de una película española que “pecaba” de aburrida, la pantalla oscureció y se oyó la voz de Belén
Rueda diciendo algo que, supuestamente, daba el toque final a dicho trailer.
No me alarmé. Pensé que esta
película española querría tener más popularidad y despertar más intriga en los
espectadores si el trailer terminaba de una forma confusa sin tan siquiera
decir el título del filme. Ahí pequé yo: era un sinsentido alucinante aunque, en fin, permítanme dudar de muchos genios de este cine español que en los tiempos que corren nos
deleita con películas como Mentiras y
Gordas, Águila Roja y Desde que Amanece, Apetece.
Pero bueno, mientras yo le daba vueltas al
porqué de ese sinsentido publicitario, noté que comenzaba a sonar el
sonido/pseudo-melodía de un trailer que me resultaba sospechosamente familiar…
Y entonces lo escuché: “¿Qué pasa?
Sonríes… No puedo creerlo…” seguido de un “Quieren que vayamos a buscarlos”.
Y ahí fue cuando, sin dudarlo
un instante y obedeciendo a un impulso totalmente involuntario, me levanté de
la butaca.
El factor que desató la
activación de todos los engranajes de mi más primitivo sentido de la
supervivencia fue que podía escuchar el trailer de Prometheus pero no podía verlo y, desgraciadamente, ni soy ciego ni
padezco la ceguera nocturna por déficit de vitamina A. Algo iba extremadamente
mal.
Una vez levantado, y con todos
los músculos del cuerpo en contracción, le dije a mi amigo en la oscuridad con
un tono de pánico que ni la mismísima Drew Barrymore en Scream: “Es el trailer de
Prometheus y no se está viendo”. Mi amigo se
pensó que, simplemente, no quería oír el trailer sin ver las imágenes, así que me
contestó con un inocente “Pues tápate los
oídos”.
Pero mi amigo no se había dado
cuenta de la magnitud del problema: el anterior trailer de esa película
española tan interesante no se había visto por un factor etiológico
desconocido, y ahora el trailer de Prometheus
había sido contagiado y estaba corriendo la misma suerte. Ya habíamos visto dos
trailers, por lo que la película iba a comenzar en cuestión de, en el
mejor de los casos, cinco minutos aproximados (sólo dos minutos en el caso
de que el trailer de la pseudo-precuela de Alien
fuese el último) y esto apestaba a epidemia capaz de contagiar también a la
película.
Me habría encantado contarle a
mi amigo mi preocupación, pero el deber me llamaba y un héroe no debe
distraerse de sus heroicas tareas, así que salí corriendo y, una vez fuera de
la sala, y tras haber tenido que dar uso a mi mejor sentido de la visión nocturna
debido a que la habitación estaba sumida en la oscuridad más profunda jamás
vista, me asomé al pasillo y el terror se apoderó de todo mi ser.
En una milésima de segundo me
dí cuenta de que estábamos en Agosto, de que era por la tarde y de que no había
apenas espectadores que colapsasen la cola de las palomitas, por lo que no
habría apenas personal del cine y, lo peor de todo: estaba en la maldita tercera
planta del cine y el único acomodador que había visto había sido en la planta
cero.
Se me cayó el alma a los pies
porque hacía más de un año que había estado esperando este momento y ahora todo
se iba a estropear porque el maldito proyector había decidido hacer huelga
general, y me lamenté por aquella vez en la que la pantalla de Star Wars: La Amenaza Fantasma 3D se
veía de color verde y fui incapaz de preguntarle al joven que salió de la sala
para alertar al personal que dónde había acudido para solucionar el problema.
Saqué el móvil y escribí a mi
amigo: “Estoy en el pasillo y no sé dónde
demonios ir… ¿Qué hago?” y ahora el iluso lo era yo: su móvil estaba apagado. Corrí
por el pasillo y me dirigí hacia una señora de unos 65 años que debió de pensar
que necesitaba un chute de ketamina por mis sudores fríos y mi expresión facial
o que, simplemente, estaba sufriendo un apretón de proporciones épicas porque
los pantalones se me caían (aparte de que había adelgazado, todo se reducía a
que llevaba cartera, móvil, iPod, la caja de mis gafas [¡maldita miopía!] y llaves en dos bolsillos y medio de
unos vaqueros extremadamente viejos sin cinturón).
La pobre mujer no supo
ayudarme cuando le pregunté por los acomodadores y, antes de meterse en su
correspondiente sala, se limitó a darme la información que ya conocía: el
último acomodador que había visto estaba en la planta cero.
Me quedé petrificado en el
pasillo. Sabía dónde ir, pero no entendía cómo iba a llegar porque la puerta de
escaleras más cercana estaba bloqueada por una especie de pestillo que jamás
había visto, y la remota opción de volver a la sala no era viable: ahí había un
público esperando a que su héroe volviese triunfal a la sala con los problemas
solucionados en vez de con restos fecales y orina en los pantalones que
plasmasen el olor a derrota.
Pero entonces llegó mi
co-héroe (sí, el título de “héroe propiamente dicho” es mío por ser el primero
en darse cuenta del evento apocalíptico que estaba teniendo lugar en la Sala
15) y le dije que no sabía qué hacer porque el único acomodador que había
estaba en la planta cero. Casi me echo a llorar por lo lamentable de mi
situación, pero entonces él me miró y me dijo: “Tenemos que llegar a la planta baja y alertar al acomodador”.
Sonaba lógico y razonable pero
mi co-héroe se olvidaba del pestillo de la puerta, así que le alerté de que
estaba cerrada. Sin embargo, mi co-héroe, un joven con la piel morena, que
llevaba gafas y que era más o menos de mi altura (aunque, claramente, más
anciano que yo), empujó las puertas y éstas se abrieron de par en par.
Entonces corrimos. Bajamos las
escaleras corriendo mientras hablábamos de cosas que no recuerdo por la
sobredosis de adrenalina que corría por mis venas y porque yo estaba pensando en la imagen de pringado que le había dado a mi co-héroe (primero me encuentra petrificado en el pasillo y luego le digo que la puerta no puede abrirse: penoso) y finalmente llegamos a la planta baja,
donde pillamos por sorpresa a un joven acomodador que se estaba dedicando a
hacer un dibujo en un trozo de papel (el dibujo estaba muy bien, por cierto).
Le comentamos nuestro problema
y él, cual Inspector Gadget, se sacó de la manga un Walkie-Talkie para luego usar un mero teléfono móvil que tenía más
años que mi antiguo Nokia 3510i.
Alertó a sus superiores y bla,
bla, bla. Cuando nos dijo que volviésemos a subir, que ya iba un técnico, se
escuchó un grito atronador. Levantamos la vista y vimos que en el tercer piso
había unas cuatro personas alertándonos de que la pantalla de la Sala 15 no se veía.
En ese momento pensé: “¡Qué listos! Pegan gritos y así todo es más
rápido”, pero entonces pensé: “Vaya
panda de retrasados: han tardado más de cinco minutos en darse cuenta de que la
pantalla no se veía y encima gritan como auténticas verduleras en pleno mercado
de Madrid: ¡Que estamos en el cine, no es la pescadería!”. Qué vergüenza.
Mientras, yo subí con mi
co-héroe las escaleras mecánicas y llegamos a la sala con la barbilla bien alta
después de haber llegado a la conclusión de que esto pasaba “por ir a ver la película en versión original”.
Ese día fui el héroe de la Sala 15: una
veintena de personas pudieron ver Batman gracias a mí y a mi co-héroe y, sin embargo, no recibí una mísera palmadita en la
espalda. Pero bueno, ya decía la
película que “Todos podemos ser héroes”
pero que el reconocimiento no es importante.
Esto no te hubiera pasado si hubieras ido al Diversia jajaja
ResponderEliminarA un recuerdo algo parecido que me paso, eran las 12 de la noche, estreno de la pelicula star wars ep 3 justo al final de la pelicula cuan obi wan le dice aanakin no saltes anakin estoy en alto llevas la de perder, Anakin skywalter salta hacia obi wan y.................. se va la señal!!!!!!!!!!!!!!! la pantalla se queda en negro y toda la sala rechifla.....
ResponderEliminarAl regresar la imagen unicamente podemso ver a Obi wan diciendo.. te lo adverti Anakin y vemos a ANakin tirado sin piernas y brazo...
rustrante... muy frustrante..... y lo peor de todo, en la sala no fueron capaces de regresar esa parte de la pelicula.
Ahhhhh recuerdo y me frustro
¡Vaya falta de todo! Yo me habría indignado muchísimo Jose, no sé cómo pudiste sufrir eso... ¡Espero que nunca me pase!
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