miércoles, 17 de junio de 2015

Aerocine: La Salsa Rosa Cinéfila


Lo bueno de que mi vuelo a Boston llegase dos horas antes que el de unos amigos míos fue que tuve que esperar muerto de risa a que apareciesen por unas puertas correderas que, desde que vi Love Actually, contemplo como uno de los lugares más emotivos del planeta. Sin ir más lejos, aquel día presencié cómo un pequeñajo de unos tres años corrió entusiasmado para sumergirse dentro del abrazo que su padre estaba ofreciéndole mientras le esperaba con los brazos abiertos. Y luego mi madre dice que le deprimen los aeropuertos. Ptsch.

Como iba diciendo, lo bueno de someterse a un viaje de ocho horas es que uno de repente tiene muchísimo tiempo para hacer varias cosas: comer, leer revistas de cine (bendita seas, Empire), ver películas, comer más, y pensar sobre qué demonios va a escribir en su próxima entrega de Triple Centrifugación Cinéfila. Pues bien, en ese viaje tuve la brillante idea de escribir sobre el "aerocine: la salsa rosa cinéfila" así que aquí está la nueva entrega de la sección que espero que os ayude a comportaros como un cinéfilo civilizado debe en el avión.


No es nada fácil ver películas en un avión. No sólo dependemos de unos cascos poco fiables que parece que están hechos de regalices de caramelo, sino que además la calidad de la imagen no es perfecta, el tamaño de la pantalla es inevitablemente microscópico y, dependiendo de dónde esté localizada tu butaca, puedes ver una, dos, tres o cuatro películas al mismo tiempo.

Por esa misma razón, un cinéfilo ha de saber que, en el caso de tener que hacer un viaje lo suficientemente largo como para tener que coger un avión con pantalla por pasajero, siempre tiene que llevarse sus propios cascos, no puede ver cualquier tipo de película (porque no, chicos, películas como Los Vengadores no se ven en esas pantallas), y, en el caso de que pueda hacerlo, tiene que intentar reservar su asiento en el pasillo para no tener que soportar otras dos cegadoras pantallas (o, si os gusta ver el aterrizaje, al lado de la ventana para además evitar al molesto pasajero con síndrome miccional que no existe hasta que tú te sientas en el asiento del pasillo).

Sin embargo, y a pesar de los grandísimos consejos que os acabo de dar, cuando me subo a un avión no puedo evitar practicar el aerocine, que no es otra cosa que prestar atención a las pantallas de los demás pasajeros: una muy lícita actitud que no deja de ser extremadamente cotilla.


Como ya comenté en mi última entrada de Jerry Jones y el Cine Maldito, tengo la manía de fijarme en los demás cuando estoy solo en ambientes cinéfilos. Ya sea en la cola de la taquilla, en la sección de DVD/Blu-Ray de la Fnac, o en el avión, Jerry va a someter la conducta “cinéfila” de todo individuo cercano a un intensísimo análisis crítico que va a provocarle unos niveles de disfonía, congestión facial e ingurgitación yugular como para terminar vomitando reproches en su queridísimo blog de cine.

Porque sí, señores, la gente en los aviones se vuelve muy loca. Aquel día, y con un campo visual limitado a tres filas aproximadamente, pude observar a un padre que le recomendaba a su hija de diez años dejar de ver Harry Potter y La Piedra Filosofal para en su lugar someterse al probable martirio adolescente de Divergente, a una cuarentona antipatiquísima que cada vez que te miraba te perdonaba la vida pero que, paradójicamente, se reía a grito pelado con alguna comedia romántica que no fui capaz de reconocer,  a un cincuentón con barriga cervecera que se había pedido un pijísimo gin-tonic para acompañar su sesión cinéfila protagonizada por – otra vez – Divergente, y a un esperanzador adolescente de 17 años que, en el control de la aduana, fue capaz de admitir que había visto Rio 2 con una naturalidad casi envidiable (en mis tiempos de adolescente, reconocer que veías películas de animación podía serio motivo de puñetazo).


Con toda esta información, quiero que reflexionemos sobre varias cosas. En primer lugar, no deja de sorprenderme que, aunque la oferta de películas de un avión sea desesperadamente extensa (en el vuelo 6168 con destino Boston lo era), las películas que la gente selecciona como afortunadas para matar su aburrido tiempo libre son títulos tan vulgares o poco convenientes como Divergente, Trascendence, Tres Bodas de Más y El Señor de los Anillos. Unos títulos que, inevitablemente, o me hacen cuestionar el estado mental de los pasajeros, o me llevan a la razonable conclusión de que todos se habían fumado algo antes de sentarse en su asiento.

Con joyas del Séptimo Arte como Fantástico Sr. Fox, filmes tan inesperadamente acertados como La Vida Secreta de Walter Mitty, y otros muchos que no requieren una pantalla de plasma para que podamos gozar de sus grandiosos efectos especiales, los fumados estos escogen basura capaz de ofender a cinéfilos como yo que, consecuentemente, tienen que sufrir una molesta cocción sanguínea para nada reconfortante. ¿Es que nadie se da cuenta de que la grandiosidad de ESDLA no puede verse en esas condiciones adversas? ¿Es que nadie piensa en la salud mental de los cinéfilos que practican el aerocine

En segundo lugar, vamos a conceder un minuto de silencio por todos esos amantes del Séptimo Arte que tienen que hacer maniobras de todo menos naturales para evitar que se les vea llorar en el avión. Reconozco que en una ocasión decidí ver Harry Potter: Las Reliquias de la Muerte Pt. 2 en un vuelo porque me apetecía derramar una lagrimita. Sabía que no debía volver a verla en esas condiciones (y me pitaron los oídos por haber protagonizado semejante atrocidad aerocinéfila), pero me apetecía y necesitaba hacerlo, porque ya sabéis que llorar es una más que aceptable necesidad fisiológica que enriquece mucho más que, sin ir más lejos, defecar. Así que, bueno, consideré ésa mi oportunidad de oro porque sabía que si la veía el vuelo terminaría en tsunami. Y lo hice.

Los problemas llegaron cuando me di cuenta de que llorar en un avión es bastante patético si quieres evitar que los de tu alrededor te vean sorbiendo mocos y limpiándote lágrimas viendo Harry Potter. Imaginaos que veis a alguien lloriquear mientras ve una película en el avión y, al mirar su pantalla, descubrís que, en vez de estar sometiéndose a un duro dramón, está viendo batallas con varitas mágicas. Qué lástima. Si no fuese porque la privacidad acabaría con la práctica del aerocine, diría que el mundo sería un lugar mejor si los Reyes Magos trajesen este año algún utensilio capaz de tapar pantalla y cara en pleno vuelo.


De todas formas, y por mucha exclusividad que quiera transmitir, no soy el único que practica el aerocine. Todo el mundo lo hace y reconozco que tiene que ser muy divertido espiarme en el avión. Creedme cuando os digo que no es sencillo ver a un llorica que no deja de mirar a las pantallas de los demás mientras pone caritas de asco, sufre náuseas, chista, se frustra, se revuelve y cuya cabeza explota cada vez que alguien le hace levantar el culo del asiento.

O cada vez que el maldito piloto decide anunciar el tiempo que va a hacer en el destino y, consecuentemente, mi película queda pausada, la sinapsis cinematográfica se rompe, sufro un infarto de miocardio y mis tímpanos se perforan.

Ay el aerocine. 


Jerry.

2 comentarios:

  1. jajajajajaja El "Aerocine", mas que salsa rosa es manual de supervivencia. La criba de donde deberían salir seleccionados los 6 de Oceanic en caso de que las cosas se pongan turbias o...turbulentas.
    Discrepo en algo; ESDLA puede y debe ser visto en cualquier hora o circunstancia...

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    Respuestas
    1. Me gusta tu enfoque, sobre todo por la gran mención a LOST que quise hacer de alguna forma en la entrada pero que no pude porque no se me ocurría cómo. Ahora lo has hecho tú, así que ya puedo quedarme tranquilo jajajaja. ¡¡Pero noooo, ESDLA en un avión noooo!! Tiene que ser a lo grande SIEMPRE ;) Muchas gracias por pasarte por MCDC y comentar.

      PD: me encanta que fueses de las pocas que apreció Gravity. ¡Así me gusta!

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