En las malditas comedias
románticas, o en los dramas cómicamente románticos, siempre se suele dar una
situación bastante realista cuyo resultado es absolutamente patético.
Esa situación es aquella mitiquísima
escena en la que chica le dice a chico la - en ocasiones aberrante - frase “Te Quiero”.
Sin embargo, el problema no
yace en lo ridículamente absurdo de la situación que acabamos de ver (asumámoslo: normalmente el contexto de ese “te
quiero” es peor que aquel en el que un crío de 15 años se lo dice a su
compañera de clase mientras se dan la mano durante la explicación de cómo la
célula experimenta la mitosis y los cromosomas se separan en ambos polos del
citoplasma). El problema se centra en la respuesta que el chico – intimidado
por el desconocimiento amoroso que está experimentando – le da a su estúpida
novia.
Sí, estoy hablando del
honesto, mítico y sobrevalorado “Gracias”.
[Apunte: establezco que es el
“chico” el que contesta al Te Quiero por el tópico de que siempre
es el varón el que mete la pata en las relaciones (otra grandísima falacia
fruto de la ridiculez de las malditas comedias románticas) – otras
interpretaciones dejadlas en el perchero de casa de Bridget Jones, gracias]
Cuando yo vi por primera vez
una escena así me encontraba en mi adolescencia más profunda y oscura; esa
época en la que todos los dichos, hechos y promesas de las malditas comedias
románticas rondan tu cabeza y no te dejan dormir por el fatídico hecho de que
te ha salido un purulento grano en la punta de la nariz al que sometes a altas
dosis de algodón mojado en alcohol para quemarlo. Sí, sí; ese tipo de grano que
te hace pensar que vas a llegar virgen a los 50 años porque todo el mundo que
conoces se reirá de ti y de tu grano en el colegio, en la graduación y el día
en el que recibas tu primer sueldo.
Y es que, la obsesión por ese
grano purulento y ruborizado tiende a manifestarse y provocar un trastorno
psicótico en tu persona que puede aterrorizarte hasta el fin de tus días debido
a que el detonante ha tenido lugar en la peor época de tu vida; en esa edad en
la que tu mente está más expuesta a las corrupciones de las malditas comedias
románticas, hecho que se debe a que tu cerebro es una esponja que va absorber todo en cuanto reciba, lo va a almacenar
y, posteriormente, lo va a concebir como una enseñanza útil y versátil para la
vida moderna.
Esto, señores, lo denominamos ser
adolescente o ser penosamente peliculero.
Son estos granos los que van a
favorecer una conducta absolutamente negligente: si el grano purulento en la punta de nariz
desaparece y una chica nos dice que nos quiere, entonces el chico, basándose en
lo que ha visto en las malditas comedias románticas y temiendo que el grano pueda volver a salir cual herpes impidiéndole así el poder conquistar a alguna chatunga que lo desflore, adoptará una actitud del
todo hipócrita para poder salir del paso. Contestará “Yo también” en vez de “gracias”
sin pararse a pensar que puede salir del paso de muchas otras formas.
Y yo, aun así, me pregunto:
¿de verdad es tan ridículo contestar “gracias”?
A mí, si una persona me dice que me quiere y yo no estoy muy seguro de qué
contestarle (porque tenga que poner en orden mis sentimientos... (...) .... (...)....), lo primero que
se me vendrá a la cabeza será darle un abrazo. ¿Por qué? Pues porque, seamos
honestos, a todo el mundo le gusta saber que le quieren…. Y si la persona en
cuestión está esperando una respuesta verbal, entonces probablemente tire del
absurdamente e injustamente condenado “gracias”;
porque soy una persona honesta.
Chicas, ¿acaso os haría más
ilusión que os dijesen que “también os
quieren” para así asegurarse de que, en caso de que nos salga un grano de
proporciones épicas en la cara, nos sigáis haciendo caso porque “os queremos”? Vamos a ver; si sois
vosotras las que siempre queréis “sinceridad”
en las relaciones, las que siempre pedís que “os lo contemos todo” y las que experimentan una especie de
aberrante clímax ante chicos malos
que “se hacen de rogar”.
Anda y que os den. Voy a comportarme
como un verdadero malote (como a ti te gusta) para respetar la sinceridad
que tanto ansías y, por ello, te voy a dar las gracias, monada. Me vas a
sonreír y me vas a decir “yo también
agradezco tu sensatez y sinceridad”. Entonces yo, el día que te quiera,
pasaré de agradecerte tus halagos a complementarlos con un “yo también”. Yo no soy de ese tipo de
tíos que se limitan a seguir los cánones establecidos por las repugnantes
comedias románticas; esos cánones que se están imponiendo en nuestra sociedad a
una velocidad vertiginosa y cuyo único objetivo es convertirnos en gente que,
en vez de orinar urea y desechos, terminará orinando jugo de pomelo.
Porque es fácil mentir. Es
extremadamente fácil; y eso es justo lo que las madlitas comedias románticas quieren
que hagamos: pretenden convertirnos en gente facilona que se fije sólo en el físico, que crea que el color rosa es sinónimo de comedia romántica y que sacrifique su vida por una ricachona
ligerita de cascos en un transatlántico. Buscan dominar el mundo y a mí no me
la van a jugar.
A mí no.
Malditos granos.
Tom.
Tom.
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